Daniel Leonardo Mancilla Baéz
Cod: 2508480
Era en la treinta y tres aba
edición del festival de cine de Cannes. La pequeña ciudad de la consta azul
francesa se preparaba en plena primavera (del 4 al 20 de mayo) de aquel primer
año de la década de los 60’s para la llagada de las veintinueve películas en
selección oficial. El 20 de mayo se premió con la palma de oro a una película
italiana que pasaría a la historia del cine como una de las más importantes
fabulas morales que ha sido contada. “La Dolce Vita” de Federico Fellini dio su
primera exhibición en este festival en los teatros donde también lo hicieron “La
Aventura” de Michelangelo Antonioni, “La Joven” de Luis Buñuel y “La Doncella
Del Manantial” de Ingmar Bergman. Si hay que resaltar algo de este festival;
que años más tarde sería reconocido unánimemente en la comunidad cinematográfica
internacional como el festival de cine más importante del mundo, es que el género
documental no suele ser muy reconocido.
Pocas películas al año pasan por
las salas en los días de festival. Solo dos películas documentales han ganado
la palma de oro. La primera en 1956 “El Mundo Del Silencio” de Jacques Cousteau
y el joven Louis Malle; el reconocido científico y explorado Cousteau explora
pro primera vez en la historia del cine las profundidades del mar y construye
junto con el joven cineasta (Quien luego sería uno de los directores más
reconocidos del cine francés a nivel mundial) Louis Malle, uno de los
documentales de exploración que cambiaría para siempre la manera de observar el
mundo. Tuvieron que pasar cuarenta y ocho años para que el controvertido
documentalista estadounidense Michael Moore volviera a darle un palma al género
documental con “Fahrenheit 9/11” en 2004. La mordaz crítica construida a manera
de sátira política sobre las relaciones entre la familia Bush y la familia Bin
Laden y como esto desemboco el atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001
sería el segundo palmar al cine documental frente a otras sesenta y seis palmas
de oro concebidas al cine de ficción.
Pero no solo la inolvidable
película de Fellini, crítica moral a los placeres excesos de la vida en
occidente cambiaría la manera de hacer crítica moral usando la cámara de cine,
un pequeño trabajo, también exhibido en esta edición del festival mostraría otra
forma de exponer y hacer este tipo de crítica social de otro modo, observando
desde la realidad, desde el documental.
En plena primavera en la costa
azul, “Crónica de un verano” de unos debutantes cineastas de nombres Jean Rouch
y Edgar Morin se estrenaba fuera de competición, de manera discreta con pocas
exhibiciones en los días de festival, sin importar lo pequeño que parecía ser
por producción, o lo subestimado que hubiese sido por ser un documental
independiente, Crónica de un verano fue la gran revelación de aquel edición del
festival.
Rouch, quien tenía 43 años y
pasadas varias experiencias con corto-documentales realizó un documental junto
con el sociólogo de 39 años Edgar Morin, como su título lo dice fue realizado
en un verano, el de 1959 haciendo un seguimiento de varios personajes de la
sociedad parisina del momento. Ambos, desde un punto de vista antropológico,
realizan una exploración entrando en la vida de estos personajes, todos marginados
de la sociedad francesa. Obreros de una fábrica, personas de color llegadas de áfrica,
sobretodo de la piedra en el zapato de la república francesa, Argelia, con
quien estaba luchado una sangrienta guerra, una sobreviviente del holocausto judío
y una serie de trabajadores de oficios menores desfilan por este mosaico de
personajes que inauguraría el que pasaría a ser denominado como el “Cinema
Vérité” o cine de realidad.
Documentales que siguiendo la clasificación
del teórico Bill Nichols, son de tipo expresivo y observacional. Para el caso
de Crónica de un verano no tiene muchas características de observacional, solo
en algunas secuencias en las que se hacen largos seguimientos de personaje,
este vendría siendo un documental mayormente expresivo, desde su puesta en
cuadro con planos generales de conversaciones entre los personajes, hasta
entrevistas intimas en la que Rouch y Morin buscaban que los personajes
compartieran buena parte de su visión del mundo y su actitud ante los dramas de
sus vidas, ambos documentalistas intentaron hacer evidente el uso de la cámara
y de ellos como realizadores, cosa que contradice a la puesta en cuadro de los
documentales hijos del cine vérité: El direct cinema cuyo mayor exponente es
Friederick Wiseman y el free cinema británico de Lindsay Anderson y Karel Reisz
entre otros, en los que se busca no hacer evidente la presencia de la cámara y
del realizador.
La también fábula moral de Rouch
y Morine, que parece ser un experimento
que rindió tan buenos frutos que continuo convirtiéndose en toda una escuela de
documental. Además de ser una encuesta sociológica,
Rouch y Morin plantean en crónica de un verano una reflexión muy similar a la
llevada a cabo por la Nouvelle Vague. A lo largo de la película en la que los
directores recogieron el día a día cotidiano de París, se puede apreciar como
la reflexión entre los hombres y su tiempo está muy vinculada a la relación del
hombre con el cine. Al final de la cinta, los directores recogen el momento en
el que exhiben el material rodado ante sus protagonistas, los cuales ofrecen sus
puntos de vista acerca de lo que han visto.
Justamente esto es lo que terminaría por
hacer de la obra cumbre del cinema vérité lo que es hoy en día, su bien logrado
final. Morin y Rouch construyen todo un discurso de la realidad y al final
enfrentan la realidad grabada y editada con la realidad en su estado natural. Las
opiniones de los personajes sobre la documentación de ellos mismo resulto en
una característica de la puesta en cuadro de la vida real replicada en múltiples
veces en los años venideros.
Se podría decir que este final es toda
una “puesta en abismo” tal como la de la palma de oro del mismo año “La Dolce
Vita” cuyo final expone que el personaje principal está en busca de inspiración
para su próxima novela y encuentra la inspiración en todo lo que ha pasado en
la película, es la obra que hemos terminado de ver la que este personaje
relatará en su próxima obra. La puesta en abismo significo para Fellini un
lugar entre los 10 mejores directores de la historia (Cabe decir que la puesta en abismo mejor
lograda es la acontecida en el final de 8 ½ tres años después).
Ambas fabulas morales de 1960 tiene
finales parecidos pero distinciones temáticas y de género. La obra de ficción
de Fellini se llevó todos los aplausos, y de manera más discreta, el documental
vanguardista de Rouch y Morin logró también un lugar en la historia y ha
influido y sigue influyendo en todos los documentales que trabajan desde un
punto de vista antropológico y sociológico.
El experimento de documental como cine
de realidad, el conocido Cinema Vérité nos deja a manera de reflexión una análisis sobre nuestra posición en la
sociedad, nuestro significado como individuos y nuestra manera de observar el
mundo como realizadores. Es una master class sobre ética de relato real que no
obtuvo distribución en aquel festival de Cannes de 1960 y que fue estrenada en
1961 y reivindicada por los círculos de intelectuales, teóricos y cinéfilos como
un documental para pensar, como una vanguardia del cine que justamente trata de
observar lo que se propone; al realidad, y sobretodo es crítica a la
sociedad hecha a manera de fábula sobre la moralidad.