La llegada de cámaras ligeras y compactas marcó un cambio definitivo en el
camino que conduciría hacia el cine moderno. De repente, fue muy fácil llegar a
lugares recónditos, peligrosos o inhóspitos, donde una cámara grande sobre un
trípode sólo entorpecería el acceso y el proceso global del rodaje. El lente,
ahora, realmente pudo estar en todas partes, dándole al Kino Pravda un
significado más literal que nunca. Con esta evolución, no hay lugar al que la
cámara no pueda llegar. Aunque haya detalles que puedan pasar
desapercibidos para el ojo, nunca es así para la cámara. Ella lo ve todo.
Con esta verdad, surge el subgénero del Cine Directo. Similar al Cinema Verité,
este movimiento casi propio del cine documental, busca retratar la realidad tal y
cómo es, sin que el autor cambie o interfiera sobre ningún aspecto del entorno
que intenta captar. De nuevo, el tamaño de los equipos permitía cambiar de
angulación rápidamente, permitiendo un nivel de intimidad muy alto, siguiendo
las acciones muy de cerca, en lugar de seguirlo todo desde lejos, en una
escena cuidadosamente planeada. Implementando un equilibrio entre
establecer una distancia entre el realizador y los acontecimientos, sin que esto
implique una falta de interés hacia los mismos, el documental de Cine Directo
no impone una visión política o social subjetiva; Sólo requiere mostrar la
información de manera tan precisa como sea posible.
Durante los años 50 y 60, este tipo de documental se vio en aumento, con
autores como Richard Leacock, los hermanos Maysles y Allan King sirviendo
como pioneros del subgénero. Sin embargo, es Wiseman quien realmente
marca la diferencia en el momento de ser comparado con estos: Mientras que
la obra de los tres primeros tiende a ser una celebración de algún individuo
excepcional, con todo lo que ello acarrea en una cultura que tiende a darle
tremenda importancia a todo aquello que demuestre algo de burguesía; La obra
de Frederick Wiseman pretende investigar cómo la subjetividad del juicio
personal es, o no, afectada por la maquinaria institucional e ideológica del
estado y el mercado. De aquí, podemos decir, que surge Titicut Follies (1967);
Obra que retrata el día a día de los presos de una cárcel para enfermos
mentales.
Las primeras diez películas de Wiseman, yendo desde Titicut Follies hasta
Carne (1976), parecen muy cohesionadas en su afán de delinear la relación
entre el estado y los individuos, examinando la influencia de las instituciones
burocráticas sobre la regulación de la vida del ciudadano en Norte América.
De este modo, las formas de poder institucional revelados en sus filmes
(incluído Titicut Follies) abarcan los métodos de observación y clasificación en
los que las personas son divididas y reguladas, de alguna manera, por
diferentes organismos. Así, las instituciones están organizadas para permitir un
amplio campo de “visión”, donde la jerarquía y la supervisión por medio de una
fuerte documentación de cada sujeto permiten recopilar información a través de
exámenes, interrogaciones, inspecciones y entrevistas para detectar
anomalías, defectos, delincuentes o cualquier otra característica que pueda
desviar a una persona del común social. Estos métodos se respaldan de la
noción de que aquellos que los imparten poseen un conocimiento privilegiado
que nunca será equívoco (religioso, por ejemplo) que facilita y legitima los
juicios a los que se lleguen, desembocando, entonces, en una plétora de
procedimientos disciplinarios para entrenar, corregir y, al cabo de un tiempo,
erradicar aquello que esté mal.
El hospital de Bridgewater for the criminally insane es el epítome del
institucionalismo que plantea Wiseman a través de su trabajo. Su naturaleza es
la de un microcosmo donde políticas de confinamiento, castigo y disciplina
pueden observarse. Sin embargo, la asistencia y ayuda que se piensa que
debería brindarse los internos no es más que la mística que se implica con la
palabra “hospital”. En vista a esto, Bridgewater emplea terapias de psiquiatría
simplemente como un instrumento de confinamiento y castigo. La disciplina que
se imparte es una de naturaleza muy negativa, que no está realmente pensada
para curar o entrenar a los presos para que puedan volver a salir al mundo.
Titicut Follies retrata la clínica como una sociedad en miniatura, con sus
propias leyes y jerarquías, aparentemente fuera de la racional y la moral de la
ética burguesa que Norte América ha adoptado como su guía para actuar y
juzgar.
Al no ser percibidos como miembros de valor para la sociedad o el mercado,
los residentes de Bridgewater no son rehabilitados como personas útiles y
dóciles que puedan ser de utilidad en un futuro. De este modo, la labor de la
institución es comparable con una colonia de leprosos de antaño, con la que se
protegía a la ciudad moral de enfermedades y el crimen que salían de las
clases bajas.
Entrando a la estructura narrativa del documental, Titicut Follies se compone de
diferentes capas que permiten explorar la vida de los enfermos con varios
niveles de simbolismo. La capa final y la que da forma y estructura al discurso
de Wiseman es la sensación de que los espectadores están viendo todo como
progresaría una pieza cualquiera de entretenimiento preparado, como una obra
de teatro (idea que está implícita con el título de este trabajo). En el nivel más
obvio y simple, Wiseman logra esto poniendo segmentos de una presentación
de un aparente show de Vaudeville entre presos y guardias al principio, mitad y
final del filme. Canciones, baile y rutinas de stand-up comedy: Elementos
propios de los espectáculos de los años 20 y 30, cuando muchos de los
internos de la película eran jóvenes. De manera un poco menos obvia,
Wiseman presenta eventos rutinarios de la institución que se dan fuera del
escenario (aquellos de locura y confinamiento) como si fueran parte del
espectáculo que las tres secuencias de baile y chistes constituyen. Wiseman
provee un espéctaculo enfermo dentro del esquema global de la película,
creando, así, un cine de lo absurdo en el cual, una variedad de efectos
distancian al espectador de los eventos representados, forzándolo a reconocer
su posición como público y destruyendo la ideología empírica del cine
documental.
La manera en la que Wiseman trata las tres secuencias del musical de presos y
guardias generan reacciones de fuerte contraste en la audiencia, dependiendo
del contexto que se le dé a la ida detrás de cada una. Por un lado, una manera
de verlo puede hacer sentir el ambiente deprimente que reina en Bridgewater.
Es particularmente cierto cuando se muestran a los internos de la clínica en
formación como un grupo de zombies, moviendo sus pompones
mecánicamente y con rostros sin expresión alguna. Por otro, la obertura
musical de la película intenta provocar que la audiencia note la fuerte diferencia
entre la música alegre, el buen humor y la vestimenta brillante; y los monótonos
uniformes y la tristeza general que la vida en la institución brinda. Las
siguientes dos secuencias, por su parte, logran reforzar la ironía y ayudan a
que el punto del filme llegue a la audiencia.
En resumen, las secuencias de Follies sugieren que todo aquello que es
negado o reprimido en el día a día y las relaciones sociales de confinados a
vivir en Bridgewater es expresado por medio de las secuencias mismas para
representar un deseo de cualquier interno de no estar allí.
Wiseman pone al espectador en una situación más crítica, haciéndolo sentir
incómodo al descubrir su posición como voyeur. Al principio del filme, por
ejemplo, se presenta una situación en la que el público mira a través de la
ranura de una puerta, de manera algo incómoda, al hombre acusado de
pedofilia, quien a esta altura de la película ya ha sido despojado de su ropa y
de cualquier secreto que hubiera podido haber guardado antes. La manera en
la que el plano está filmado impone la percepción de estar haciendo algo ilícito,
viendo la mano del guardia al abrir la ranura y mostrarnos al preso, para luego
inmiscuir la cámara a través de ella y enfocar completamente sobre él.
Sin embargo, el aparente afán de Wiseman por hacer sentir incómoda a la
audiencia por “espiar” a un grupo de pacientes no termina con tan sutilmente.
En otras partes de la obra, internos de Bridgewater miran directamente a la
cámara, lo cual intensifica la impresión que el espectador recibe sólo con las
secuencias impactantes que plagan el documental, haciéndolo sentir
descubierto cuando le retornan la mirada. Esto pasa por primera vez durante la
confesión de Mitch, cuando Wiseman corta abruptamente del cuarto del
interrogatorio a un primer plano de dos pacientes, aparentemente, paranoicos
que miran a la cámara por un largo tiempo, de manera, podría decirse, algo
incriminatoria. Pasa de nuevo, por un largo tiempo, cuando un Jim desnudo
baila en su celda, parando de vez en cuando para fijar sus ojos de lleno sobre
el público. Por último, de manera más breve, durante la secuencia de la
alimentación forzada, uno de los guardias que retiene a Malinowski observa a
la cámara, de una manera que podría indicar que aprueba y es cómplice por su
propia decisión del obsceno ritual.
La correlación del montaje y los espectadores en Titicut Follies crea una plétora
formidable de efectos de alienación. De muchas maneras, el espectador es
hecho sentir incómodo y sacado a la fuerza de su zona de confort al otro lado
de la pantalla e introducido en un estado de autoconciencia que exige que se
enfrenten los conflictos que surgen por ver el documental. De este modo,
volviendo su representación del día a día en el asilo una especie de comedia
oscura musical, Wiseman reconoce su marca en su propio método de lenguaje
cinematográfico. Aunque el estilo de cine directo dicte que el equipo realizador
no pueda inmiscuirse en ningún aspecto del universo que se esté retratando,
Wiseman encuentra un modo de modificar el uso convencional e idealizado de
la cámara para lograr que funcione como la creadora de visión que logre ser
trascendental y otorgue conocimiento, de manera que la imagen hable,
desechando la necesidad de un narrador.
Frederick Wiseman es, así, capaz de lograr que la narrativa de su filme no se
limite a lo dictaminaría un posible purismo del sub-género en el que ha
acogido. El proceso de apreciar sus obras es, por tanto, alejado del mero
consumo al que tanto estamos acostumbrados, llegando, en cambio, a una
experiencia de intercambio con la obra. Su forma de tratar a la audiencia logra
sacar introspectiva del espectador y ridiculizar la divina jerarquía de las
instituciones.
Filmografía
• Titicut Follies. Frederick Wiseman. 1967
• Hospital. Frederick Wiseman. 1970
• Primate. Frederick Wiseman. 1974
• Welfare. Frederick Wiseman. 1975
• Meat. Frederick Wiseman. 1976
Bibliografía
• Una mirada a la Titicut Follies de Wiseman.
http://edtechhealth.blogspot.com/2009/09/taking-look-at-wisemans-titicutfollies.html
• Reseña de Titicut Follies
http://www.thedocumentaryblog.com/index.php/2008/07/14/titicut-folliesreview/
• Pensamientos y análisis
http://sites.psu.edu/mjbrcl008blog/2012/11/28/titicut-follies/
• Reality Fictions: The films of Frederick Wiseman. Thomas W. Benson y
Carolyn Anderson. 2nda edición. Southern Illinois University Press.
2002.
Revisado.
ResponderBorrarComo mencioné via mail, los dos comentarios están muy bien en forma y contenido, análisis que trascienden la descripción y se arriesgan a interpretaciones que permiten describir en nakook la mirada neocolonial de Flaherty y en Titicut la critica a la institución.