Algo más sobre Tarnation por si les interesa. Tomado de Página 12 de argentina.
UN ENSAYO DE ALTA AUDACIA
Tarnation es, antes que nada, un exultante triunfo de la forma. |
Filmarse a sí mismo y los demás, obsesivamente, desde la
infancia hasta la adultez. Filmar todo, desde lo más banal hasta lo más
terrible. Lo fútil y lo chocante, lo íntimo y lo especular, el diario crudo y
el varieté casero. Filmar con lo que haya a mano: camaritas de súper ocho,
homevideo, digital. Y también grabar conversaciones privadas, confesiones
íntimas, mensajes en el contestador. Finalmente y tras haber acopiado 19 años
de material audiovisual, musicalizarlo con el gusto más exquisito y montarlo con
iMovie, software de Apple que se compra en cualquier casa de computación.
Aplicar en todo ello, claro, infrecuentes dosis de audacia personal, de falta
total de recato u observancia de cualquier regla. Maxidosis de espíritu bonzo,
de genio artístico y creativo. Así se obtiene Tarnation, cima de dos géneros:
el diario personal y el “la hago toda solo”. Impactando primero en Sundance,
luego en Cannes y a partir de allí en todos los festivales del mundo, con
Tarnation Jonathan Caouette (Houston, 1973) hace una de esas presentaciones
públicas que son, claramente, un Paren las máquinas y después seguimos
hablando.
Con significativo apoyo de Gus Van Sant y el igualmente
genial John Cameron Mitchell (autor de Hedwig and the Angry Inch y Shortbus,
sensación de Cannes este año), lo que narra Jonathan Caouette en Tarnation es
su propia historia. Que no es una historia cualquiera, precisamente. Abandonado
por su padre antes del nacimiento, Jonathan es hijo de Renee Leblanc. De
pequeña, Renee era una belleza morocha que pintaba para reina del pueblo, hasta
que tuvo lugar la siguiente cadena de acontecimientos: 1) Una tarde, Renee se
cae del techo de la casa; 2) En lugar de mostrar signos de recuperación, Renee
los da de parálisis; 3) A alguien de la familia le parece que la mejor solución
es recurrir al electroshock; 4) Renee es sometida a terapia de choque durante
dos años, a razón de dos veces por semana; 5) Renee nunca volvió a ser la
misma. Pero ésta es sólo la primera cadena de calamidades que Tarnation hilvana
ante el espectador, en demoledores carteles que van sumando datos: ya antes de
eso Renee era regularmente abusada por sus padres, así como más tarde sería
violada delante de su hijo Jonathan tras haber salido a la ruta (en tiempos de
pos-hipismo) y de allí en más nunca dejaría de entrar y salir de distintos
centros de internación, la mayoría de las veces por culpa de errores garrafales
de diagnóstico y farmacología.
Es asombroso, pero con todo este material temático (al que
habría que sumarle las intoxicaciones, internaciones, intentos de suicidio y
síndrome de despersonalización del propio Jonathan, causado por una temprana
sobredosis de LSD), Caouette obtiene una película que por largos tramos podrá
ser triste y melancólica, en otros indudablemente shockeante y, sin embargo, a
la larga transmite sobre todo esperanza, energía y un alto espíritu de
optimismo. Esto no se debe sólo al hecho de que la película incluye el
reencuentro del autor con su madre y su padre (a quien jamás había visto), y a
que después de todos los horrores, Tarnation se cierra con una imagen que
parece casi una suerte de Pietà invertida (parecería que es el hijo el que
acuna a la madre), sino fundamentalmente al modo en que Caouette se observa y
se filma a sí mismo. Ese chico de 11 años, que aparece en cámara travestido,
haciendo de “ama de casa moderna” (según se define) ya ha pasado por todos los
horrores. No es difícil darse cuenta de que alude a ellos, cuando la señora
describe los terribles castigos a que la somete su marido. Nada de eso impide
que el personaje sea una verdadera creación y que la parodia resulte
divertidísima.
Del mismo modo, algún fragmento de adolescencia en que se lo
ve sangrando, mientras el off alude a los varios intentos de suicidio (pero más
tarde se advierte que muy posiblemente ese fragmento esté tomado de una
representación) está intercalado en una misma serie con el registro de los
primeros cortos de ficción de Jonathan, todos ellos pertenecientes al género
gore, el primero llamado El cortador de tobillos. Y está también la filmación
de la versión-comedia musical de Terciopelo azul que Jonathan encaró en el
high-school, con una gordita en el protagónico y sobre temas de Marianne
Faithfull. Y en medio de todo este delirio, una y otra vez, la imagen de la mamá,
que va pasando de belleza púber hasta ese ser que, con tal de hacer algo para
la cámara de su hijo, no puede parar de bailar y reír estúpidamente, con un
zapallo en la mano. Y los abuelos, que parecen estar en otro planeta. Tarnation
es, antes que nada, un triunfo de la forma, en el que la multiplicación de una
figura al infinito, la división de la pantalla, el modo en que se hace vibrar
un trozo de celuloide o la manera en que una figura se duplica en un espejo son
algunas de las maneras con que la película transmite –en línea directa, desde
su propio cerebro al del espectador– qué significa la esquizofrenia, qué se
siente al despersonalizarse.
Lo hace con un espíritu a la vez celebratorio y terminal,
exultante y terriblemente melancólico, psicodélico e implosivo, pop y
confesional. Todos términos antitéticos entre sí, que durante una hora y media,
el ciclotrón genial de Jonathan Caouette pone a andar, demostrando que puede no
haber cosa que funcione mejor que la disfuncionalidad.
Ensayo realizado por Horacio Bernades para Página 12 de Argentina.
Tomado por Harold Rondón de http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-3036-2006-07-06.html
Como aporte a la clase bien. Como comentario u ensayo no lo puedo evaluar
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